Desde la antigüedad, la profesión médica ha sido sinónimo de confianza, respeto y servicio hacia la sociedad. En el antiguo Egipto, los médicos ocupaban un lugar destacado en la jerarquía social, estrechamente ligados a la religión y a la cosmovisión de su cultura. En la antigua Grecia, eran considerados "sabios entre sabios", disfrutando de privilegios e influencia. Sin embargo, este estatus de alta jerarquía y poder sociopolítico ha ido transformándose con el tiempo.
Esto no significa que la medicina haya perdido valor en la actualidad. Sigue siendo una de las profesiones más admiradas y respetadas. Sin embargo, cada vez resulta más difícil colmar las expectativas de una población que exige niveles crecientes de especialización. Es común escuchar preguntas como: “¿Y qué te gustaría sacar para especializarte?” o “¿Qué vas a estudiar ahora?”, dirigidas a un médico recién graduado. Pero ¿por qué ocurre esto? ¿Acaso no son suficientes los ocho años que implica la formación médica en países como Honduras para brindar atención de calidad y generar confianza?
Al parecer, no.
Esta percepción responde, en gran parte, a la distorsión del rol del médico general, provocada por un sistema de salud precario. ¿Qué quiere decir esto? Que el sistema está diseñado para actuar una vez que la enfermedad ya está instaurada. Muchas veces, los medicamentos necesarios sólo están disponibles en hospitales, y existe un déficit constante de insumos y fármacos esenciales que deberían formar parte del cuadro básico nacional. Esto empuja a los pacientes a buscar ayuda médica cuando las soluciones ya no son simples, cuando la atención preventiva ha fallado o ha sido insuficiente.
El médico general debería ser la primera línea de defensa, no la última esperanza. Representa un actor clave tanto en el ámbito preventivo como en el curativo. Es quien puede manejar la mayoría de las patologías, y hacerlo de manera más costo-efectiva, algo que beneficia no sólo al sistema público sino también al paciente en el sector privado.
El médico general es, o debería ser, el médico de cabecera, el vínculo constante, el que diagnóstica, da seguimiento, conoce el historial, el contexto y hasta los temores del paciente. Desde esa visión holística e integral, puede dirigir adecuadamente el tratamiento, realizar interconsultas cuando es necesario y aplicar las recomendaciones del especialista. Porque sí, el médico general está capacitado para hacerlo. Y mucho más.
Existen múltiples guías clínicas y protocolos actualizados que respaldan la actuación del médico general en una amplia gama de patologías. No es intrusivo que este profesional dirija la salud de sus pacientes: es su misión.
Mientras la sociedad no comprenda plenamente el verdadero valor y rol del médico general, tanto en lo público como en lo privado, seguiremos viendo una confianza limitada hacia estos profesionales. Pero con el avance inevitable de los sistemas de salud y la creciente necesidad de eficiencia, el reconocimiento de su importancia será cada vez más evidente.